Desde que se mudaron al barrio, él sólo tiene ojos para las gemelas. Ya no
se cuela por las noches en mi dormitorio ni me hace sentir ese cosquilleo bajo
la falda cuando me muerde en el cuello. Dice que son las criaturas más dulces
que ha conocido en los últimos doscientos años. Ahora ellas están cada día más
pálidas y yo me muero de celos, otra vez.
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